El tercer pilar de la vida de las Agustinas consiste en dar testimonio de su amor por Cristo, prestando servicio a pobres y enfermos. Las hospitalarias los acogen y acuden a su lado como si el mismo Cristo reclamara sus cuidados. Así ocurre con la dignidad de cada persona.
Las Agustinas cuidan a los enfermos procurando encarnar cada día, con su competencia y su actitud, el amor incondicional de Dios. El cuidado que prodigan se nutre de las actitudes que les inspira la figura de Cristo.
Además de los votos de castidad, obediencia y pobreza que una agustina pronuncia al entrar en la comunidad, añade el de servir todos los días de su vida a los pobres y enfermos, o cualquier otra tarea que lleve a cabo por obediencia o aceptación, en unión con Jesús, ante una enfermedad o debilidad.

«Nadie tiene mayor
amor que el que da su
vida por sus amigos».
(Evangelio de Juan, capítulo 15, versículo 13)